Viaje por la Soberanía Alimentaria

martes, 26 de enero de 2016

El despertar ambiental de un pueblo

George Orwell una vez dijo: "hasta que no tomen conciencia de su fuerza, no se rebelarán; hasta que no se rebelen, no tomarán conciencia de su fuerza".

En Rojas fui testigo del dificultoso, lento, despertar ambiental de un pueblo.
El terreno es poco fértil: aquí la Revolución Verde mal llamada Revolución y mal llamada Verde pisa fuerte. Aquí donde extiendas tu mirada, hijo mío, verás soja. Tanto se expande, tanto se expande, que avanza sobre las banquinas de las rutas del partido, destruyendo ese reservorio de biodiversidad que son las banquinas. Y como las banquinas son terrenos fiscales, el municipio se pone firme: les cobra alquiler a los productores! Pero tranquilo, hijo: lo recaudado va a las escuelas. Aún así, no alcanza. La frontera sojera llega hasta la medianera de las casas. Aquí no hay ordenanza Municipal que fije distancias mínimas de fumigación. Y el mosquito pulveriza sus venenos, pared mediante, de un jardín o una pileta en la que juegan los niños. Los trabajadores aplicadores aplican sin protección. Y, si la superficie a fumigar es demasiado grande, están los aviones, para los que tampoco parece haber distancias mínimas. Y cerquita de donde se cargan, despegan, pulverizan, aterrizan y limpian los aviones fumigadores nacen, viven, se aman, se reproducen y mueren seres humanos, como vos y como yo.
Como si esto fuera poco, agreguémosle unos feedlots cuyos desechos de barro, bosta, químicos, antibióticos y amoníaco drenan hacia cursos de agua o filtran sus nitritos a las napas.
Sumémosle el peladero de pollo cuyos desechos -dicen las malas lenguas del pueblo pero no pude constatar- se vertirian en el río Rojas, la arteria acuática que atraviesa la Ciudad.
Añadámosle un gigante basural a cielo abierto rodeado de campos de soja en el que coexisten los residuos domiciliarios con los envases de agrotóxicos sin lavar ni tratar y donde todas las mañanas, según me dijeron, acuden personas a tratar de rescatar algo.
Agreguémosle unos imponentes silos donde se conservan y curan semillas y los transformadores que hasta no hace mucho contenían PCBs y que -según otras malas lenguas- habrían sido enterrados en el Paseo de los Pescadores, un espacio recreativo municipal donde hacen picknicks las familias y contemplan el atardecer los enamorados.
Ese cuadro de situación significa mucho trabajo para una autoridad ambiental. Si la hubiera.
Como no la hay, y los problemas, como se ve, son muchos y variados, pasó lo que tenía que pasar: los vecinos se autoconvocaron y empezaron a organizar un Foro Ambiental de Rojas.
Entre sus miembros, se encuentra el abogado Juan Ignacio Pereyra, quien representó a muchas familias afectadas por cancer por los PCBs y actualmente está llevando a cabo algunos juicios por fumigaciones.
Pero, más allá de su comprometida labor social y profesional, Juan Ignacio y los demás integrantes del Foro están tratando de generar conciencia entre la comunidad de Rojas sobre los múltiples problemas ambientales que los aquejan y, en definitiva, los están enfermando y matando.
Por eso convocaron a una marcha en solidaridad con el bloqueo a la planta de Monsanto en Malvinas Argentinas. Precisamente en Rojas, ciudad en la que reina y gobierna la multinacional estadounidense.
Cada vez son más las personas que se suman al Foro o que, tímidamente, apoyan su causa aunque no participen aún de sus marchas, movilizaciones y actividades. Sobre todo, los más jóvenes.
Como en otros lugares, en Rojas no se sentaron a esperar que las soluciones vengan de arriba. Se juntaron, se organizaron y empezaron a exigir lo que corresponde, lo justo, desde abajo. Porque con intereses tan grandes en juego, ni una acción de amparo ni una política pública se mueve sino hay un pueblo, organizado, que la empuje.
En Rojas parece haber un esperanzador despertar de esa conciencia colectiva. Gracias, Juan Ignacio Pereyra y Guillermo Fischnaller, por animarme a seguir creyendo.


 

 

Marcos Ezequiel Filardi
Abogado especializado en derechos humanos (UBA y Columbia).
Visitó más de 200 proyectos de derechos humanos y desarrollo en países de África, Asia y América Latina.
Docente de derechos humanos de la Facultad de Derecho (UBA), a cargo del Seminario Interdisciplinario sobre el Hambre y el Derecho Humano a la Alimentación Adecuada.
Docente de las Cátedras Libres de Soberanía Alimentaria de la Escuela de Nutrición y de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires, y de la Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora.
Es profesor Adjunto de la Escuela de Abogados del Estado, donde dicta un Seminario sobre el Derecho a la Alimentación Adecuada.
Ha publicado varios artículos sobre temas de derechos humanos, en particular el derecho humano a la alimentación adecuada y ha disertado en conferencias y seminarios sobre el tema.

http://viajeporlasoberanialimentaria.blogspot.com.ar/


Nota

Sembrando la semilla de la revolución orgánica

Diego González Carvajal creó "Interrupción", una red de pequeños y medianos productores que tiene como paradigma el comercio justo. Ya se extendió a otros países y factura 15 millones de dólares al año.


Por Cicco / Foto de Sol Santarsiero

A veces hay ideas y a veces hay cambios de paradigma. O una idea tan grande y potente que se transforma en una revolución de mercado. Una chispa que enciende una hoguera que traspasa toda frontera.

En fin, lo que queremos decir con esto es que a Diego González Carvajal, mientras terminaba de estudiar Economía en la Universidad Di Tella, allá en el fin de siglo, decidió, junto a un puñado de compañeros, que no quería generar ideas para el sector privado. Y tampoco producir ideas para el sector social. El primero le parecía que tenía las herramientas disponibles pero no los fines que él buscaba. El segundo tenía los fines pero no las herramientas. Carvajal estaba convencido de que no quería transformarse en otro eslabón de una cadena que él rechazaba.

Y así fue como, señoras y señores, a Carvajal no le vino una idea así como asá. Le bajó, como quien no quiere la cosa, una institución. Este hombre que, como ya habrá imaginado, sueña en grande, quería que su institución volcara valor económico, social y ambiental en la misma bolsa."Esto -repetía este emprendedor juvenil, oriundo de Bariloche, a sus conocidos- es buscar una tercera alternativa al modelo de Adam Smith y al de Karl Marx".

Primero se puso en contexto. Vivía en Argentina, el llamado "granero del mundo". Así que se propuso que la mejor de las opciones de negocios era encender su chispa en ese rubro. Pero al comienzo, los límites de su cambio de paradigma no estaban claros y se ocupaba de tener en catálogo desde mermeladas de bayas hasta velas perfumadas. Con el tiempo, solo se ocupó de frutas, verduras y, más tarde, cereales. Por un lado, se decía, tanto culto al agro. Y por otro, un uso indiscriminado de pesticidas, modificaciones genéticas y tratamientos de laboratorio para conservar la fruta y la verdura por toda una eternidad. Había que hacer algo al respecto. Una movida bisagra. "Hay un tratamiento, y es que a las manzanas, para conservarlas, prácticamente las embalsaman", se le crispaban los nervios a Carvajal por aquel entonces.

De toda esa bola de inquietudes, enojos y activismo surgió en el 2000 "Interrupción", un antes y un después en el modo de comercializar para pequeños y medianos productores de alimentos. Una organización que engloba el comercio justo, la agricultura y la producción orgánica, y les da apoyo a los granjeros que se suman y hacen lo imposible para mantener a los químicos y a los genetistas fuera de sus verduritas. "Básicamente -les explicaba Carvajal a los granjeros-, de toda la operación, ustedes se quedan con un 10% por el esfuerzo recibido". Un porcentaje que el productor usa como quiere: compra útiles a sus hijos, costea operaciones. esa plata que normalmente devora el mercado en boca de los más grandes queda y vuelve al que mete mano y transpira la camiseta para que las cosas sucedan.

Para paliar cosas tremebundas como esa del "embalsamamiento" manzanístico, Carvajal propuso desde "Interrupción" un sistema biodinámico para emplear hierbas con fines de conservación. En lugar de químicos -estableció él-, se empleará el compost: esa amalgama de tierra y alimentos en descomposición, un fertilizante orgánico que, está comprobado, rinde tanto como uno made in laboratorio. Hasta soñó con buscar la basura con sobras de restaurantes para enriquecer el compost de sus granjeros asociados. "Por un lado, reducimos basura -se dijo- y, por el otro, tenemos fertilizantes orgánicos y gratis".

Carvajal empezó "Interrupción" con charlas casi militantes en un bar que alquilaban en Palermo -luego trasladarían el búnker a un restaurante sobre Niceto Vega-, donde amenizaban la efervescencia ecocomercial con shows y cerveza. En un momento, llegaron a ser cien personas entre compañeros, amigos y amigos de amigos.

Para el primer año, con motivo de juntar fondos, organizaron un festival de arte independiente en Capilla del Señor. Mal no les fue: asistieron 2.000 personas y 150 se apuntaron como voluntarios de su gran idea gran. El sueño empezaba a ponerse en funcionamiento.

Por entonces, descubrió a Rudolf Steiner, el pensador y místico austríaco que fundó la antroposofía, una cosmogonía que integraba el espíritu, la alimentación y la libertad del individuo en una comunidad. Y un padre de las humanistas escuelas Waldorf. Carvajal tenía para su proyecto una frase de cabecera de Steiner: "Solo hay salud si en el espejo del alma se refleja la comunidad y si en la comunidad vive la fuerza de cada alma individual". Para Carvajal, esa sentencia era un faro.



En el primer año de desembarco de "Interrupción" sumaron, oh maravilla, a su primer productor asociado: un hombre llamado Paul, en Chubut, que vendía frutillas y frambuesas. Luego, al segundo año, llegaría otro productor: un vendedor de aceites.

Llevar una idea grande y ambiciosa como "Interrupción" fue trabajo hormiga. No se trataba aquí de vender una nueva bodega, o de salir a presentar en sociedad un flamante modelo de autos que frenara solo para evitar accidentes. Carvajal debía explicar un modelo de trabajo, de negocios y de cultivo, que reformulara todo lo que conocían hasta entonces los productores. Y, en especial, lo que podía resultar aún más arduo: contarles cómo de todo ese esfuerzo también podían mejorar sus ingresos.

Los productores se sumaban a cuentagotas. Al año incorporaron otro, y de boca en boca, a los tres años, llegaron a tener treinta que entendían la consigna y apostaban a eso que por entonces parecía un unicornio azul.

En 2003, gracias a un turista norteamericano, se pusieron internacionales y abrieron sus primeras oficinas en Estados Unidos. Y desembarcaron con lema english: "Taste me, do good". O "Probame, y hacé un bien".

En 2007, se dedicaron exclusivamente al rubro frutas y verduras. E "Interrupción" se puso en boca de todos. Decidieron evitar intermediarios y vender directamente a los supermercados. No dejaron eslabón sin inyectar conciencia. Crearon un centro de responsabilidad social -para empujar a las empresas a trabajar con la comunidad-, un programa de generación de empleo, una organización de consumidores responsables y una corporación social con venta de aceites, dulces y miel.

Y con un año de "interrumpir" el mercado dieron talleres de conciencia ciudadana en escuelas, para que los chicos se transformen, también, en motores de cambio: los primeros tres años sumaron novecientos alumnos.

Ahora quiere ir por más. No solo cuidar el suelo donde se cosecha y a los productores que trabajan en ello. Carvajal, se dijo que para cerrar lo que él llama "círculo virtuoso", también espera que el transporte de sus frutas y verduras sea no contaminante. Estudia con su equipo variables para que la energía solar sea el combustible del transporte de sus mercaderías por tierra, por aire y por mar.

"Interrupción" es, como él quería, una institución. En 2015, facturaron 50 millones de dólares. Y, ese mismo año, generaron primas de comercio justo y presupuesto de desarrollo por más de un millón. Hoy, "Interrupción" crece a ritmo de cohete: una tasa promedio anual del 80%. El sueño universitario de Carvajal ya tiene oficinas y producción de alimentos en Argentina, Perú, Chile y Estados Unidos. Gracias a su proyecto, hay más de 8.000 trabajadores rurales que reciben los beneficios del comercio justo en planes de vivienda, salud y educación comunitaria. Trabajan, al día de hoy, más de 9.000 hectáreas en forma orgánica. Y, en el cierre del año, vendieron más de 25 millones de unidades. Todo orgánico. Sin químicos. Y, sobre todas las cosas, sin explotación, ni menores ni multinacionales levantando billetes en pala a costa de los desprotegidos.

Una red, ahora mundial, donde todos salen ganando. Desde el más pequeño y remoto de los productores rurales hasta esa bola enorme que todos pisamos, a la que nadie le presta demasiada atención, y a la que llamamos planeta Tierra.

http://www.conexionbrando.com/1863441-sembrando-la-semilla-de-la-revolucion-organica